Adán, el primer hombre, desobedeció el mandato de Dios en el que le dijo que el día que comiere del árbol de la ciencia del bien y del mal, ciertamente moriría. Como resultado de su desobediencia, Adán y sus descendientes llegaron a ser pecadores y por ende no podían continuar teniendo vida eterna. ...
Siendo ateísta toda una vida, había sufrido durante 7 años de diversas enfermedades y estaba esperando la muerte. Un día, mi hermana mayor vino a Seúl desde el interior del país y me pidió que la llevara a un centro de oración que ella había estado deseando visitar. Pensando que quizá ella no tenía a nadie más a quien pedirle que la acompañara, excepto a su hermano enfermo, fui con ella. El momento que me arrodillé en ese lugar de oración, Dios sanó todas mis enfermedades. Después de esta experiencia, me di cuenta que mi hermana había estado orando por mi durante mucho tiempo. Fortalecido por esa oración, pude llegar delante de Dios, llegué a creer en Jesucristo, y lo acepté como mi Salvador. Así como escribe el salmista, “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán” (126:5), la oración de amor por otras almas siempre produce fruto.
~ De la columna “The Way” (El Camino) del Dr. Jaerock Lee publicada en el periódico The Kyunghyang