«Dame, pues, ahora este monte»
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Agosto 09, 2015 |
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«Dame, pues, ahora este monte, del cual habló Jehová aquel día; porque tú oíste en aquel día que los anaceos están allí, y que hay ciudades grandes y fortificadas. Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré, como Jehová ha dicho» (Josué 14:12).
Pastor Principal Dr. Jaerock Lee
En el Antiguo Testamento, cuando los israelitas vivían mediante la Palabra de Dios, ellos podían experimentarla. No obstante, cuando ellos cometieron pecados, Él no tenía más alternativa que apartar Su rostro de ellos. Como se ve en muchos de sus casos, Dios está realmente vivo, bendice y da respuestas a los que guardan Sus mandamientos y le buscan.
Ahora profundicemos en cómo los israelitas pudieron alcanzar las promesas dadas por Dios y conquistar la tierra de Canaán; tierra donde fluye leche y miel.
1. Josué y la conquista de Canaán por los israelitas
Las noticias acerca de la conquista de la parte sur de Canaán por los israelitas mediante el poder de Dios se esparció rápidamente a las personas que se encontraban en las regiones al norte.
¡Cuán sorprendidos debieron haberse sentido los cananeos! Ahora sentían una gran necesidad entre ellos para unirse y ponerse en contra de Israel. Entre estos líderes se encontraba el rey Jabín de Hazor. Hazor era una de las ciudades más fuertes. El rey envió a sus mensajeros a los países vecinos y formaron una alianza de fuerza en contra de Israel (Josué 11:1-3).
Cuando todos salieron con sus ejércitos, su número era como la arena en una playa. Esta vez también, Dios prometió a los israelitas la victoria y animó a Josué. «Mas Jehová dijo a Josué: No tengas temor de ellos, porque mañana a esta hora yo entregaré a todos ellos muertos delante de Israel; desjarretarás sus caballos, y sus carros quemarás a fuego» (Josué 11:6).
Ahora, como se registra en 1 Samuel 17:47, no importa cuán grande sea un ejército o cuántos carros tengan, esto no asegura una victoria en la batalla, ya que la batalla es de Dios el Señor.
Con fe en la promesa de la victoria de Dios, Josué y el ejército de la nación de Israel, lanzaron un ataque sorpresa contra las fuerzas aliadas que habían acampado cerca del agua. Israel derrotó a los ejércitos aliados de los cananeos; todos al mismo tiempo sin dejar sobrevivientes. Así como Dios mandó, desjarretaron sus caballos y quemaron sus carros con fuego. Esta es la forma en que terminó otra gran batalla.
Continuando con las victorias en las partes central y sur de la tierra de Canaán, fueron a la conquista de la parte norte, y fue el final de un capítulo importante de la conquista de Canaán (Josué, capítulos 11-12).
2. Cumplimiento de la promesa de Dios a través de la fe y la obediencia
Dios prometió a Abraham que Él les daría la tierra de Canaán. Cientos de años habían pasado, pero finalmente en el tiempo de Moisés, se hizo visible una visión del cumplimiento de la promesa. Incluso después del Éxodo, los cuarenta años de vida en el desierto y más de siete años de guerra antes de que esta promesa se cumpliera por completo.
Si la primera generación de los israelitas hubiera mostrado fe, ellos mismos podrían haber conquistado la tierra de Canaán. Sin embargo, no tenían fe en esa medida. De esta manera, la bendición llegó a su fin. Cuando Dios promete algo, existe una condición: solo aquellos que creen y obedecen pueden experimentar Su obra.
Algunas personas dicen: «Dios dice que es ‘Dios el Sanador’, pero si es así, entonces ¿por qué algunas personas todavía siguen enfermas aunque creen?» En cuanto a esto, Éxodo 15:26 presenta una condición clara para la bendición: «Y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador».
Una persona debe cumplir con estas condiciones en su medida de fe para que la promesa de Dios se cumpla.
Para que el pueblo de Israel entrara en la tierra de Canaán, también debían tener fe. Para que ellos alcanzaran y se mantuvieran en estas condiciones, Dios les mostró numerosas señales y prodigios. Sin embargo, la primera generación del Éxodo no tenía fe, y el cumplimiento de la promesa de Dios tenía que postergarse. No obstante, esta promesa se cumplió con la siguiente generación.
La segunda generación del Éxodo fue diferente. Tenían una fe firme en Dios, y junto con Josué, ellos le obedecieron. Finalmente, ellos pudieron entrar y conquistar la «tierra donde fluye leche y miel».
3. La conmovedora confesión de Caleb y la fe con la que conquistó Hebrón
Haber conquistado la tierra de Canaán no significó que su trabajo estaba todo terminado. Israel conquistó la tierra de Canaán, en general, pero no todos los pueblos que vivían en la tierra fueron destruidos. Todavía tenían que expulsar a algunas personas en diferentes partes de la tierra y tuvieron que establecerse en esa tierra para hacer que la misma se convirtiera en su tierra propia.
En el capítulo 13 de Josué, Dios encomendó a Josué que redistribuyera la tierra a todas las tribus de Israel, no solo las partes que ya habían conquistado, sino también otras partes de la tierra que aún debían ser conquistadas. Hasta ahora, todas las tribus de Israel luchaban las batallas como uno, pero a partir de ese momento, cada tribu de Israel tuvo que conquistar la tierra que se le dio a cada uno de ellos.
Por lo tanto, la tarea de tomar el control de su tierra ahora dependía de la fe de cada tribu de Israel. Los resultados serían diferentes de acuerdo a la cantidad de fe espiritual que mostraran y lo mucho que obedecieran la voluntad de Dios. En este momento, una persona se levantó y pidió su previo derecho de todas las otras tribus (Números 14:24). Fue Caleb, hijo de Jefone, quien hizo una confesión de fe con Josué entre los doce espías después de que habían espiado Canaán.
Caleb nunca olvidó la promesa de Dios dada a él mientras estaba pasando por los cuarenta años en el desierto, y cuando estaba luchando todas las batallas en Canaán durante siete años. Y cuando llegó el momento de distribuir la tierra de Canaán, mencionó la promesa de Dios dada a él y le pidió a Josué que le diera la tierra.
Lo qué Caleb pidió no era como si quisiera ganar algo mencionando todo lo que había hecho de manera correcta. Era más bien una confesión de su fe, la misma que se había vuelto más firme durante el transcurso de los cuarenta años de prueba. Dedicarse a sí mismo primero era la expresión de su devoción. La tierra de Hebrón que pidió para recibir aún estaba ocupada por el poderoso pueblo de los anaceos, y tuvieron que luchar para tomar la tierra. Él pidió la tierra de Hebrón que Dios había prometido darle, a pesar de que tenía que ir a través de batallas difíciles nuevamente para tomarla.
En Josué 14:10-12, Caleb hizo una declaración emotiva al decir: «Ahora bien, Jehová me ha hecho vivir, como él dijo, estos cuarenta y cinco años, desde el tiempo que Jehová habló estas palabras a Moisés, cuando Israel andaba por el desierto; y ahora, he aquí, hoy soy de edad de ochenta y cinco años. Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar. Dame, pues, ahora este monte, del cual habló Jehová aquel día; porque tú oíste en aquel día que los anaceos están allí, y que hay ciudades grandes y fortificadas. Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré, como Jehová ha dicho».
Caleb dijo que quería ir a la zona montañosa, como Dios prometió que le daría la tierra de Hebrón. Caleb derrotó a los fuertes y poderosos anaceos y tomó la tierra fértil como su porción, la cual duraría por todas sus generaciones. De esta manera él mostró un ejemplo de fe ante el pueblo de Israel. Así comenzó la distribución de la tierra, empezando con Caleb.
Amados hermanos y hermanas en Cristo: la vida en este mundo es como un viaje. Hasta que lleguemos al Cielo, siempre batallamos en contra de las reglas, el poder, las fuerzas de las tinieblas en este mundo y en contra de las fuerzas espirituales de maldad en el aire.
En este proceso, los exhorto a creer en las promesas dadas por Dios inmutablemente como Caleb, el guerrero de la fe y que puedan producir frutos abundantes con las acciones de la fe.
Espero que ustedes no sean perezosos en el alcanzar la victoria y no se desanimen ante las dificultades. Ruego en el nombre del Señor que ustedes puedan apoderarse de una morada mejor en el Cielo por la fuerza y, finalmente, vivir en la gloria de la Nueva Jerusalén después de que termine esta vida.
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