Deuteronomio 10:13 dice: “¿...que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?” Dios desea que Sus hijos amados puedan llevar una vida cristiana feliz. ¿Es su vida cristiana feliz? Vamos a echar un vistazo y comprobar los dos tipos de una vida cristiana.
¿Es usted pasivo o activo?
Podemos claramente ver la diferencia entre la vida de un cristiano pasivo o activo. A pesar de que en lo externo se parezcan mucho, lo más secreto del corazón y la manera de pensar son totalmente diferentes.
Si alguien lleva una vida de creyente pasiva, tanto él o ella pueden ser dependientes. Estas personas solo hacen lo que su líder hace o les dice que hagan. Hacen las cosas solo cuando alguien los guía o los apoya. Se llenan del Espíritu pero solo cuando reciben la gracia. Y también con frecuencia pierden dicha llenura.
Tomemos la oración como ejemplo. Supongamos que un creyente pasivo ora durante diez horas pero lo hace por medio de algún tipo de coerción. Entonces su fragancia será muy débil. Si usted es obligado a hacer algo, es posible que se canse de ello después de algún tiempo. Sin embargo, si un creyente activo ora ferviente y voluntariamente, aunque solo sea por una hora, habrá cierta espesura en el aroma de la oración que ofrece.
El ser activo y actuar voluntariamente en hacer algo, demuestra que se reconoce su valor y recibe placer en su logro. Dios dio mandamientos a Sus hijos amados para que pudieran llevar vidas sanas y bendecidas. De esta manera, cuando obedecemos reconociendo el amor de Dios por nosotros, podemos llevar una vida cristiana alegre con la gracia y bendición de Dios. Incluso cuando este tipo de persona se encuentra en momentos de dificultad y problema, dan gracias de corazón con la esperanza del hermoso Cielo. Porque aman a Dios más por sobre todas las cosas, sus rostros están llenos de alegría.
Entonces, ¿por qué hay creyentes que son pasivos y no activos en llevar una vida de creyente? Esto se debe a que no han encontrado el verdadero significado de la fe. Solo cuando comprendemos la razón y tenemos un propósito claro para llevar una vida cristiana podemos llegar a ser activos y fervientes en ella. Entonces, nos gustará escuchar la Palabra de Dios y la oración. Estaremos dispuestos a reunirnos voluntariamente en la iglesia y tener comunión y compartir amor con otros creyentes.
1 Pedro 2:5 dice: “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. Tal como está escrito, los hijos de Dios deben convertirse en sacerdotes que ofrecen sacrificios santos y vivos aceptables a Dios por medio de Jesucristo.
Por supuesto, nuestras vidas cristianas no son dirigidas solo por nuestras propias fuerzas. Es por ello que el Dios de amor envió al Consolador, el Espíritu Santo, como un regalo para Sus hijos. Si nosotros aceptamos a Jesucristo y nos arrepentimos completamente de nuestros pecados, el Espíritu viene a nuestro corazón y nos enseña todas las cosas, nos recuerda todas las cosas y nos guía a toda verdad (Juan 14:26; 16:13).
Hasta que nuestra fe crezca a cierto nivel, es posible que llevemos vidas cristianas muy pasivas y necesitemos obtener ayuda y consejería de las demás personas. Pero después de un cierto grado de crecimiento, es importante cuánto oramos en confianza en el Espíritu y nos esforzamos por obtener respuestas de parte de Él.
¿Valora la meta o el proceso para lograrlo?
Establecer una meta o varias metas específicas es muy importante para lograr un sueño. No obstante, si ponemos tanta importancia en la meta descuidamos el proceso, y esto no es perfecto.
El proceso de alcanzar la meta del corazón del espíritu, es sentir el corazón de Dios y alcanzar la felicidad y la paz cada vez más en el corazón. Si tiene anhelo por ello y se esfuerza para lograrlo, sentirá el gozo y la felicidad en descubrir su verdadera naturaleza y luego deshacerse de cosas falsas. Sin embargo, si solo valora la meta y sus resultados o consecuencias, es posible que se sienta afligido y experimente dolor intentando despojarse de las cosas que son falsas.
Si lleva una vida de creyente verdadero, no sentirá pesar ni dolor porque aún no se ha logrado la meta. Sino al contrario, sentirá gozo y felicidad con esperanza de alcanzar la meta. Debemos examinar nuestro corazón en cada paso que damos hacia la meta. Al poner en práctica las buenas obras en nuestra vida, a pesar de que parezcan insignificantes, damos los pasos de la fe uno a la vez.
Cosas tales como hablar palabras de amor, la oración y la lectura de la Biblia, aunque en una apretada agenda, se acumulan espiritualmente y pueden conducir hacia el logro de una meta con mayor rapidez. Una vida de creyente es como construir sobre su fe santísima (Judas 1:20).
Si tiene la más grande de las metas que es llegar a la Nueva Jerusalén, el lugar más hermoso en el Cielo, y el espíritu completo, que es la fe que agrada a Dios, entonces usted puede llevar una vida cristiana feliz (Apocalipsis 21:2; 1 Tesalonicenses 5:23). Usted será recordado de forma natural del proceso de todos los pasos hacia la meta, no solo del valor de la meta misma.
El siguiente pasaje en Mateo 20:20 describe la situación en que la madre de Santiago y Juan le pidió a Jesús que le permitiera a sus dos hijos que se sentaran el uno a Su derecha y el otro a Su izquierda. Entonces Jesús le dijo: “¿Podéis beber del vaso que yo he de beber?” En ese momento, Sus discípulos no comprendieron el significado de ‘beber del vaso’ y no entendieron cuán bendecido era dicho camino. Pero luego de recibir el Espíritu, se dieron cuenta de su significado, la mayoría de ellos tomaron ‘del vaso’ de la pasión del Señor, y al hacer esto pudieron participar en Su gloria (Lucas 22:28-30).
Por consiguiente, para poder obtener la Nueva Jerusalén, la cual está llena de la gloria de Dios, debemos acumular las cosas una por una de acuerdo a la justicia de Dios. Cuando corremos alegre y felizmente hacia la meta con esperanza clara, podemos alcanzar el corazón de espíritu completo y, finalmente, entrar en la Nueva Jerusalén, que es la meta más importante de todas.
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