Los Hechos de los Apóstoles describen cómo recibieron los apóstoles el Espíritu Santo y el poder; cómo difundieron el evangelio en Jerusalén, en toda Judea, Samaria y aun en los confines de la tierra. En particular, los dos primeros capítulos dan un resumen detallado del clamor del Señor resucitado antes de Su ascenso y del incidente ocurrido en el aposento alto de Marcos. Ciento veinte personas estaban juntas, dedicadas a la oración para recibir el Espíritu Santo y el poder, como el Señor resucitado les había instruido. Luego una obra asombrosa tomó lugar: todos fueron llenos con el Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas según el Espíritu les daba entendimiento, y tan solo ese día se añadieron cerca de tres mil almas. Este fue el inicio de la iglesia primitiva.
Tales obras del Espíritu han estado ocurriendo en estos tiempos finales llenos de pecado aún con más poder y mostrando el camino de salvación a las muchas almas. Ahora analicemos las obras del Espíritu.
I. Obras del Espíritu tan apacibles como una paloma: sanando a los enfermos y dándoles paz
“Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él” (Mateo 3:16).
Dios le dijo a Juan el Bautista que aquel sobre el cual viera descender al Espíritu y permanecer sobre Él es el Cristo. Pronto vio los cielos abrirse y el Espíritu descendió como una paloma y una luz sobre Jesús después de ser bautizado. Al ver esto, Juan reconoció a Jesús como el Hijo de Dios.
El Espíritu descendió como paloma no significa que una paloma real descendió sino que simboliza que el Espíritu descendió de modo ‘suave y apacible’ como el carácter de Jesús. Esto explica que el Espíritu obra de maneras diferentes de acuerdo a la personalidad y situaciones de cada individuo. Cuando el Espíritu desciende como una paloma, Él no solo sana enfermedades sino que resuelve problemas espirituales, mentales y de negocios, y por ende, Él sana a las almas heridas y les da paz.
II. Obras del Espíritu frescas como el viento: acompañan la gracia del arrepentimiento genuino y la certeza de la sanidad
“Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados” (Hechos 2:2).
Una obra semejante a un viento recio que soplaba refresca el corazón de las personas. Cuando el Espíritu obra de este modo, el poder es muy grande, sopla con fuerza y poder, y a veces ocurre de modo simultáneo en todo el mundo.
Cuando nos arrepentimos por completo gracias a esta obra del Espíritu, seremos renovados y nos sentiremos bien; sentiremos un frío en todo el cuerpo como si hubiésemos comido menta, o nos sentiremos mucho mejor y tendremos la certeza de haber sido sanados de una enfermedad.
En la Biblia, la naturaleza y el poder de Dios se describen de varias maneras a través del ‘viento’ (Éxodo 14:21; 1 Reyes 18:45; Oseas 13:15). Jesús también comparó la obra del Espíritu con el viento, diciendo: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).
El viento no es visible, así que no sabemos de dónde viene ni a dónde va. Aun así podemos saber de la existencia del viento al ver cómo se mueven las hojas o por fenómenos similares. De la misma manera, no podemos ver ni tocar al Espíritu Santo pero podemos sentir Su existencia por medio de la renovación del corazón y por medio de Sus obras poderosas.
III. Obras del Espíritu calientes como fuego: queman las raíces de las enfermedades, las fuerzas de las tinieblas y la naturaleza pecaminosa
“Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos” (Hechos 2:3).
La Biblia a menudo describe las obras del Espíritu como “fuego”. Juan el Bautista dijo, respecto a Jesús: “Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lucas 3:16). Asimismo, Hebreos 12:29 dice: “Porque nuestro Dios es fuego consumidor”. Somos bautizados con el fuego del Espíritu Santo cuando recibimos el fuego.
Si recibimos el bautismo del fuego del Espíritu, nuestro cuerpo se sentirá caliente, las raíces de las enfermedades se quemarán y las fuerzas de las tinieblas perderán fuerza y se alejarán. Quemará nuestra naturaleza pecaminosa y el apego por el mundo, nos dará fuerza para correr fervientemente con amor por Dios, y nos capacitará para hacer cosas que no podíamos hacer antes con nuestras propias fuerzas.
El poder del Espíritu puede resolver cualquier tipo de problemas, hacer todo posible y sanar todo tipo de enfermedad. Claro está que, para recibir la sanidad, primero debemos destruir el muro de pecados porque todas las enfermedades provienen del pecado (Éxodo 15:26).
IV. Poder del Espíritu que manifiesta milagros extraordinarios: Agua Dulce de Muan, pañuelo del poder, poder de la recreación
“Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían” (Hechos 19:11-12).
La Biblia está llena de cosas sorprendentes y maravillosas. Jesús caminó en el mar, calmó el viento y las olas del mar, alimentó a miles de personas con cinco panes y dos peces, y revivió a Lázaro quien había estado muerto por cuatro días.
Los apóstoles Pedro y Pablo recibieron el poder, y revivieron a los muertos e hicieron que un hombre que había sido cojo de nacimiento caminara y saltara (Hechos 3:1-10; 14:8-10). El Apóstol Pablo incluso manifestó milagros extraordinarios de modo que cuando los pañuelos o delantales eran llevados de su cuerpo a los enfermos, las enfermedades los dejaban y los espíritus malignos huían de ellos (Hechos 19:11-12).
Dios es el mismo ayer y hoy. Hoy también, el Dios que es todopoderoso permite que experimentemos cosas extraordinarias que trascienden la imaginación humana gracias al poder del Espíritu cuando creemos en Él.
Luego, en Juan 14:12, Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre”. Demos todas las gracias y gloria a Dios quien confirma la Palabra al mostrarnos incesantes señales en las grandes obras del Espíritu.
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