El Dios de amor abrió el camino de la salvación al darnos a Jesús, Su hijo unigénito, en sacrificio expiatorio. Él espera con paciencia y demuestra Su infinito amor de misericordia y perdón hasta que muchas personas se conviertan en Sus hijos verdaderos. Él los guía hasta la Nueva Jerusalén. Observemos la profundidad de Su amor por medio de ejemplos bíblicos y ofrezcamos nuestros corazones agradecidos al Dios de amor, en todo tiempo.
Dios desea salvar a la gente a cualquier costo
En Mateo 18:21-22, Pedro, uno de los discípulos de Jesús, se acercó a Jesús y dijo: «Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete».
El «siete» es el número de la perfección, y setenta veces es el número siete multiplicado por diez. Jesús dijo: «hasta setenta veces siete». Esto significa que el perdón es inagotable. Es decir, es un perdón y un amor perfectos. Algunas personas piensan erróneamente que Dios juzga a la gente de manera estricta y solo según la justicia y la ley porque no lo conocen. No obstante, al observar la Biblia con detalle encontramos muchos ejemplos que demuestran el profundo y grande amor de Dios quien desea nuestra salvación sin importar el costo. ¿Es este el límite de la misericordia y el perdón de Dios?
Jeremías 18:7-8
«En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles».
Dios le dijo a Jonás que fuera a Nínive, la capital de Asiria, que era una nación hostil a Israel, y que clamara contra su hostilidad porque su maldad había llegado hasta Él. Jonás clamó y dijo al pueblo de Nínive que sería destruido en cuarenta días. Sorprendentemente, todo el pueblo de Nínive, incluyendo el rey y los de la nobleza, convocaron a un tiempo de ayuno, se vistieron de cilicio y se arrepintieron. Ni siquiera permitieron que sus bueyes, ovejas y ganado comieran. Cuando Dios vio lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo (Jonás 3).
Ezequiel 33:14-16
«Y cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; si él se convirtiere de su pecado, e hiciere según el derecho y la justicia, si el impío restituyere la prenda, devolviere lo que hubiere robado, y caminare en los estatutos de la vida, no haciendo iniquidad, vivirá ciertamente y no morirá. No se le recordará ninguno de sus pecados que había cometido; hizo según el derecho y la justicia; vivirá ciertamente».
Dios no castiga al maligno inmediatamente después de haber cometido un pecado. Al contrario, Él desea salvarlo de todas las maneras posibles. Él le da la oportunidad de arrepentirse al ofrecerle Su amor. Si se arrepiente de corazón y se aleja de sus pecados, Él le perdona como si hubiese esperado ese momento y no recordará su iniquidad.
Cuando el rey Ezequías se enfermó de muerte, él se arrepintió por completo ante Dios. Entonces se le añadieron 15 años más de vida (2 Reyes 20:1-7). El rey Manasés adoró ídolos e hizo lo malo a los ojos de Dios. Al final fue capturado y llevado a Babilonia. Pero cuando se humilló con sinceridad ante Dios y oró, Dios lo llevó de nuevo a su reino (2 Crónicas 33:10-13).
Lucas 15:31-32
«Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado».
Estas fueron las palabras de un padre a su hijo mayor. Él tenía dos hijos. El menor le había pedido al padre que le diera su parte de la herencia que le correspondía. El hijo la recibió, se fue de viaje y derrochó su herencia viviendo desenfrenadamente. Cuando regresó a su casa sin nada, el padre lo recibió e hizo una fiesta para él. Al ver esto, el hijo mayor se sintió mal y se quejó al padre, y le habló de la manera que lo hizo.
Si el hijo mayor hubiese comprendido el amor del padre y si hubiera tenido misericordia y amor por su hermano, no se habría quejado. Se habría sentido agradecido con su padre por perdonar a su hermano. Él también hubiera corrido para abrazar a su hermano, y le habría preguntado cómo le fue.
El padre pensaba en su hijo menor todo el tiempo, y esperaba su regreso. Cuando el hijo regresó como un andrajoso, el padre sintió compasión y le hizo una fiesta. Este tipo de amor es el infinito amor de misericordia y perdón de Dios Padre.
Intercesión de Jesús por las almas
Como el primer hijo de Dios, Jesús mostró el amor igual al del padre que dio la bienvenida a su hijo pródigo. Él consoló el corazón del Padre con palabras de bondad al hablar sobre lo bueno en Sus hermanos. Y buscó a Su hermano por todo lado y descubrió que había sido tomado cautivo. Él supo que debía pagar una enorme cantidad por su hermano. Al pagar el precio al amo de Su hermano, Él abrió el camino para que el hermano regresara al Padre. Además, aun hoy Él está intercediendo por el hermano ante el Padre para que pueda ser perdonado.
Durante Su ministerio público en la Tierra, Jesús oraba a Dios con regularidad. Él le daba gracias por hacerlo un sacrificio por nosotros e intercedía ante Dios por nosotros. Incluso mientras era crucificado, Él oró por aquellos que lo perseguían y ridiculizaban, y por los que lo clavaron en la cruz (Lucas 23:34). Su intercesión aún toma lugar sin cesar cada día, cada minuto, cada segundo.
Incluso después de Su resurrección y ascensión a los cielos, Él se negó a sentarse en el trono del Cielo lleno de luces gloriosas a la diestra del trono de Dios. Aun sin comer algo, Él ha estado orando por nosotros todo el tiempo.
Él se ha mantenido orando por Su deseo de que todos los pueblos sean salvos y entren al Cielo. Y Él seguirá orando hasta que termine el cultivo de la humanidad y los pueblos salvos entren a la gloria de los Cielos.
Por consiguiente, las personas salvas deben recordar que están viviendo bajo la oración llena de amor del Señor. Por eso también deben perdonar a sus hermanos y añadir amor al perdón (Mateo 5:23-24; Colosenses 3:13-14).
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